El movimiento olímpico surge de una idea de Pierre Frèdy, barón de Coubertin, a finales del siglo XIX. Un grupo de personalidades del mundo diplomático y de la nobleza, encabezados por el propio Coubertin, unen esfuerzos para poner en marcha una manifestación deportiva con varias disciplinas, siendo el atletismo el centro neurálgico de lo que luego pasarán a denominarse Juegos Olímpicos. Este grupo constituye en 1894 el Comité Olímpico Internacional (COI) que será, a la postre, el organismo encargado de la puesta en marcha de los Juegos Olímpicos de la era moderna. Atenas, en 1896, alberga la primera edición de unos juegos en su modalidad de juegos de verano. Los primeros juegos de invierno se celebran en 1924 en la ciudad de Chamonix, en Francia. El COI se estructura en comités nacionales, además de los comités organizadores de cada ciudad sede de los juegos que, según la Carta Olímpica, se responsabiliza de la gestión de los juegos y, lo que es más importante, de la financiación de los gastos incurridos.

La participación de los deportistas se organiza por naciones, de tal modo que los símbolos más destacados de los Juegos van a ser la bandera olímpica, con los cinco anillos representando a los cinco continentes, la antorcha olímpica y las banderas de cada uno de los países participantes. Durante muchos años la competición se reserva a los deportistas amateurs. El interés mediático que los juegos despiertan entre los aficionados y seguidores del deporte, reclama la atención de las grandes figuras (muchas de ellas pasadas al profesionalismo) y, consecuentemente, a las empresas patrocinadoras de eventos, clubes y deportistas. Los Juegos se abren a todos tipo de deportista a pesar de que cuando compiten en las olimpiadas lo siguen haciendo bajo una bandera nacional.

A partir de este momento surgen las preguntas y las paradojas. ¿La bandera con la que compiten debe ser la del país que aparece en el pasaporte del deportista o la de su sede fiscal? El lema del barón de Coubertin, que durante tanto tiempo ha inspirado el quehacer de la familia olímpica (lo importante no es ganar sino participar) ¿justifica las nacionalizaciones por la vía exprés de muchos deportistas? Hasta que punto la profesionalización creciente del deporte de élite es compatible con una competición en que los atletas tratan de mejorar sus records y lograr triunfos a nivel nacional? Hay quien sostiene que los juegos deberían ser un conjunto de competiciones entre los mejores deportistas, independientemente de sus orígenes. Una decisión de este tipo iría en contra de la actual organización del movimiento olímpico pero, probablemente, reduciría conflictos entre naciones a partir de la competencia deportiva. El dilema está ahí, las opiniones son libres y la decisión final compleja.

Carles Murillo

Director del Máster en Dirección y Gestión del Deporte
Barcelona School of Management
Universitat Pompeu Fabra