Una alarmante noticia salpica las primeras páginas de los informativos de televisión y de la prensa digital a primera hora de a mañana del domingo 30 de noviembre. La noticia tiene que ver con el fútbol, aunque irrumpe como noticia de apertura. Un seguidor del Deportivo de La Coruña fallece en un hospital de Madrid, después de ser rescatado del río Manzanares. El fatal desenlace ocurre luego de una brutal pelea entre bandas radicales de los dos equipos que luego van a disputar un partido de Liga en el Estadio Vicente Calderón: el Club Atlético de Madrid y el Deportivo de La Coruña. Según informa la prensa, las dos bandas se han citado a primera hora del domingo a la orilla del río. Acuden a la convocatoria más de 400 energúmenos pertrechados con todo tipo de artilugios para que la contienda tenga de todo, excepto fiesta deportiva. No es la primera ocasión en la que hechos de este estilo se producen al amparo de una competición deportiva en nuestro país o en el extranjero. Ocurre, desgraciadamente, con demasiada frecuencia. ¿Acaso el deporte en general, y el fútbol en particular, es el agente causante de este tipo de manifestaciones violentas?

El periodista y escritor argentino, Rodolfo Braceli (De fútbol somos, Ed. Sudamericana, 2001; ponente en la II Jornada sobre Gestión Deportiva celebrada en Buenos Aires, en marzo del 2013 y organizada por la sede argentina de UPF-Idec) describe con gran destreza una tesis que comparto en toda su extensión. “El fútbol, dice Braceli, espeja hasta la extenuación. Espeja la violencia, el racismo, el gangsterismo, el exitismo y el fracasismo”. Este espejo que es el fútbol reproduce aquello que ocurre en la sociedad y lo amplifica por la simple razón de la idiosincrasia de este tipo de disciplina deportiva convertida en espectáculo de masas. Lo reproduce y amplia con unas características especiales que, entre otras cosas, han llamado poderosamente la atención de empresas patrocinadoras, magnates y, por que no negarlo, oportunistas que a cualquier precio han querido también sumarse al festín del consumidor futbolístico entregado a su pasión, es decir a su equipo y sus ídolos, “confundiendo el amor por lo propio con el amor propio”. El espejo –prosigue Braceli- no tiene la culpa de lo sucedido. Enojarse con el espejo es inútil y resulta ridículo: “el fútbol nos espeja en esas lacras en las que se cuece a fuego lento la condición humana”. Hay una frase de Barceli que resume a la perfección las posibles dudas existentes al respecto del fenómeno que se vive en los estadios: “si queremos ver si somos racistas, o si queremos ver hasta qué punto y de qué manera lo somos, entre os a un partido de fútbol … si queremos ver la facilidad y naturaleza de nuestra violencia entremos a un partido de fútbol”.

Los responsables de las organizaciones deportivas y de todas sus entidades, federaciones, ligas, clubes, etc.), además de los medios de comunicación y los seguidores y amantes del deporte, hemos aplaudir cualquier manifestación de denuncia de los hechos violentos, la toma de medidas para aislar a sus protagonistas, el apoyo -en la medida de las posibilidades cada uno y desde su punto de vista distinto pero complementario- de las acciones que los dirigentes puedan llevar a cabo de tolerancia cero con los violentos, como las que tomó en su días la directiva presidida por Joan Laporta en el FC Barcelona para con los grupos radicales que alimentaban el odio y la reyerta constante, aplaudir los esfuerzos de los medios de comunicación para abandonar el lenguaje bélico que a menudo acompaña las retransmisiones deportivas y los comentarios sobre el hecho deportivo, por otro, igualmente útil y eficaz, más próximo a los valores intrínsecos del deporte y en definitiva, resaltar el respeto de las ideas y de las preferencias de cada uno.

Las situaciones de crisis que ocurren después de hechos tan lamentables como el ocurrido en la mañana de ayer en Madrid deben ser aprovechados par que, junto a la expresión del dolor más profundo desde el punto de vista personal y por el del deporte en su conjunto, sepamos entre todos dar un giro de volante que nos sitúe en la dirección adecuada. No es un giro de volante de una persona, entidad o afición, ahora el volante es tan inmenso que caben muchas manos para hacerlo girar.

Carles Murillo Fort

Director del Máster en Dirección y Gestión de Entidades Deportivas