En Soccernomics se pone de manifiesto que el gran auge del fútbol y de los clubes se produjo en plena revolución industrial, cuando los habitantes del campo emigraban a las ciudades para trabajar en la industria. Estos recién llegados tomaron el fútbol como su forma de inclusión en la ciudad. Ese apoyo masivo a principios de siglo ha conseguido que las ciudades industriales como Milán, Barcelona, Manchester, Liverpool o Munich tengan los mejores equipos del continente. Ninguna capital europea democrática había visto a su equipo levantar una Copa de Europa hasta que lo hace el Real Madrid en el año 98. Solo el Chelsea en 2012 pudo unirse a esta selecta lista. ¿Cómo puede ser que París, Roma o Berlín no sepan lo que es celebrar una Champions? ¿Está el problema en sus hinchas?

Se empeñan en vendernos que los ultras son esos violentos extremistas maleducados y que buscan peleas. Sin embargo yo opino diferente. No estoy en contra de los ultras, porque me parece un problema de semántica, la palabra ultra tiene connotaciones negativas y de violencia. No niego que la violencia se esconde al amparo de estos grupos, pero es solo un reducto de impresentables dentro de un colectivo generoso y desprendido y que proviene de aquellos obreros que animaban al equipo de la ciudad en donde vivían para saberse integrados dentro de ella y que convirtieron a sus equipos en las grandes potencias futbolísticas del continente.

La pasada semana veíamos como dos grupos de violentos se pegaban hasta la muerte en la previa de un partido, que ha acabado desembocando en una crisis institucional en uno de los equipos afectados, el Dépor y con las instituciones como la LFP o el CSD dando palos de ciego en todas las direcciones a la hora de tomar medidas que eliminen la violencia de los estadios.

Para ir girando el foco hacia la solución del problema, podemos hacer una pequeña parada en el Deportivo. Un club dónde a raíz de la violencia, ha habido una ruptura social entre el aficionado medio, los Riazor Blues, la directiva y el equipo. Desde el primer día podría haberse solucionado si el Club hubiera acercado su postura a los Riazor Blues y les hubiera propuesto un comunicado conjunto. Los Riazor Blues deberían comprometerse a acabar con la violencia en su grupo, a no dar cabida a hinchas que participaron en la pelea de Madrid o con antecedentes y su desvinculación de las ideas políticas de extrema izquierda. El Club debería, asimismo, comprometerse a apoyarlos de forma pública, institucional y como una peña más del equipo. Siempre bajo la tajante condición de NO-VIOLENCIA.

En un nivel más general, para que el fenómeno de los ultras violentos de los campos se reduzca tiene que haber una coordinación entre clubes, instituciones y fuerzas del Estado, y los Medios de Comunicación. Me centraré en estos últimos.

El desarrollo de los Ultras en España nace en la década de los 80, poco después del nacimiento del Diario Sport en el año 79, que se unía al pionero Mundo Deportivo en Barcelona y del AS en el año 67, que competiría con el veterano Marca en Madrid. De repente, cambió el foco del terreno de juego a la grada. Las cuatro cabeceras trataban de ganarse al hincha-consumidor identificándolo como parte del espectáculo, dándoles titulares a aquellos que hacían lo que fuera necesario para convertirse en parte del espectáculo. Los violentos agazapados entre los ultras encontraron su trampolín perfecto para darse a conocer y se hicieron con el poder de esos grupos. La única manera de descabezar ese poder es despolitizando los grupos ultras, y no dándoles ningún tipo de protagonismo en los medios y por tanto, en el debate público.

Sin embargo los medios de comunicación siguen hoy en día dando cabida a ese tipo de periodistas-ultras incluso en sus páginas. Profesionales que utilizan la violencia de la palabra defendiendo a un entrenador que agrede a otro metiéndole el dedo en el ojo, a un jugador que tiene un comportamiento racista o a otro con un juicio por violencia de género. Los defienden solo porque son de su equipo, fomentando un insoportable clima de enfrentamiento, confrontación y violencia. Los escudos van ganando la partida a las ideas.

Asimismo, hacen apología de la incultura. No son capaces de comentar otros deportes, de informar de otras disciplinas, de hablar de otro tipo de deportistas. Por poner un ejemplo, se trata a Mireia Belmonte como un fenómeno por sus estelares actuaciones, y ponen imágenes de ella en el pódium recibiendo la medalla. Ni una imagen de ella nadando, ni una explicación de cómo ha sido su entrenamiento o su preparación o de quienes han sido sus rivales, qué se ha encontrado en las rondas previas, etc. Sin embargo podemos ver a Rakitic cambiando la silla del bebé de coche mientras un periodista del Madrid y otro del Barça discuten sobre si es la silla adecuada para un Audi o un completo reportaje de la cena del personal de Administración y Servicios del Real Madrid en un restaurante donde estaba prohibida la entrada a periodistas, analizando minuto a minuto los cánticos y las conversaciones entre el utillero y el taquillero.

Siendo los medios más vistos, comprados, leídos, reconocidos en España, siendo creadores de ideas, los responsables de los argumentarios de la mayoría de los hinchas… ¿Por qué no un pacto en dónde se encauce este problema a través de la culturización del deporte en prensa escrita y audiovisual? ¿Por qué no un acuerdo entre ellos para fomentar los valores del deporte y de su potencial socializador? ¿Por qué no dar cabida a la cultura relacionada con el deporte? Iniciativas como Líbero, UnderGround Football, Proyecto Panenka son ejemplos plausibles de que el deporte y la cultura pueden ir de la mano. Y deben. Cualquier medida desde los clubes o las instituciones va a ser nula o de escasa importancia si los medios de comunicación no se implican como parte responsable y mantienen sus micrófonos y páginas al servicio de auténticos maestros de la manipulación, del servilismo y de la zafiedad y la incultura.

Es el momento de enfocar este problema de forma global. Desde el principio hasta el final, y hay que entender que la violencia empieza en los estudios y acaba en los estadios.

Empecemos por el principio.

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Pablo Rivadulla Sández bar inflavel
Alumno del Máster en Dirección y Gestión de Entidades Deportivas, Socio y ex jugador de Categorías inferiores del Deportivo de la Coruña