Si Eduardo Galeano pudiera opinar
“Las pasiones, a veces dolorosas, dan rumbo y sentido al viaje humano, al humano andar” [1]
La soñada final de la Copa Libertadores es una realidad. Los dos equipos con mayor repercusión mediática del futbol sudamericano llegan a la finalísima del ejercicio del año 2018 después de superar, en semifinales, a sus respectivos rivales. Las sucesivas eliminatorias proporcionaron una doble semifinal entre equipos argentinos y brasileños. El triunfo de Boca Juniors frente a Palmeiras y el de River Plate frente Gremio a en semifinales brinda al futbol sudamericano la final soñada por muchos. Para otros, sencillamente es la gran ocasión para demostrar al mundo lo que supone el clásico porteño elevado a la quinta esencia en forma de final de la competición de clubes de mayor prestigio en el continente.
Por última vez en la historia de la Copa Libertadores la final está previsto que se celebre a doble partido. El sorteo depara el orden de los escenarios: la Bombonera, cancha de Boca Juniors en la popular barriada marinera de Buenos Aires, en primer lugar y, luego, el Monumental del acomodado Núñez de la capital federal argentina van a ser testigos de esta gran celebración futbolística. La fiesta está preparada, nada mejor para cerrar el año futbolístico sudamericano: “fiesta compartida o compartido naufragio, el fútbol ocupa un lugar importante en la realidad latinoamericana, a veces el más importante de los lugares, aunque lo ignoren los ideólogos que aman a la humanidad pero desprecian a la gente”.
El día 10 de noviembre de 2018 es la fecha designada para el partido de ida en la Bombonera pero la primavera austral depara un hecho insuperable. El diluvio que cae sobre la ciudad de Buenos Aires deja impracticable el terreno de juego y el partido se aplaza hasta el día siguiente. Luego, todo transcurre con la normalidad deseable e incluso los aficionados pueden disfrutar de un partido con emoción, goles y alternativas en el marcador. El vencedor saldrá, en principio, del resultado del partido de vuelta a celebrar el domingo 25 de noviembre. Nada hace pensar que la pasión se desatará antes de hora y de forma violenta. Los aleñados del estadio de River se convierten en escena del drama: “circo de arena, sopa de sangre”, y los organizadores deciden aplazar el partido, primero durante unas horas, luego días y finalmente, en un alarde de (in)competencia, trasladando la sede de la final a la ciudad de Madrid.
Dirigentes de la CONMEBOL, organismo regulador y organizador de las competiciones de fútbol internacional en Sudamérica, de los clubes finalistas y las barras bravas han convertido este anhelado sueño futbolístico en un verdadero fiasco. Las palabras de Galeano encierran mucha verdad cuando califica al fútbol como “una metáfora de todo lo demás”. En esta oportunidad, sin embargo, la final de la Copa Libertadores dudo que pueda darle la razón cuando señala que “en el fútbol, como en todo, la justicia es mejor que los milagros, aunque ella nos duela”, afirmación que ahora queda en profundo entredicho. La elección de la sede del partido de vuelta, que se debe celebrar en el Estadio Santiago Bernabéu, el próximo domingo 9 de diciembre constituye el oxímoron futbolístico del año: la final de la Copa Libertadores (de América) se decidirá en Madrid, España, Europa. Los dirigentes de la CONMEBOL han perdido una inusitada ocasión para sentar las bases de la respuesta que dicha organización debería haber puesto en marcha ante los hechos sucedidos en Buenos Aires como, su homónima europea, hizo después de los luctuosos sucesos de la final de la Copa de Europa en el estadio de Heysel en mayo de 1985 y el hooliganismo creciente en aquellos años.
Los acontecimientos vividos en las proximidades del Monumental hace un par de semanas no son, por desgracia, elementos nuevos en la discusión acerca del pasado, el presente y el futuro del fútbol argentino y, en general, sudamericano. Tampoco, para que engañarnos, en el panorama europeo en donde, por cierto, frecuentemente con ocasión de partidos de la competición internacional europea asistimos a verdaderos vendavales de ira y violencia. El fútbol, se diría, que es caldo de cultivo para este tipo de conductas, sin olvidar que “el espejo no tiene culpa de la cara, ni el termómetro tiene la culpa de la fiebre”. Los actos violentos “…casi nunca provienen del fútbol, aunque casi siempre lo parece, la violencia que a veces hace eclosión en los campos de juego”.
Con todo, la oportunidad de mostrar al mundo el verdadero valor del fútbol sudamericano se ha desvanecido por culpa de unos y otros, es decir de muchos. “El fútbol sigue siendo una de las más importantes expresiones de identidad cultural colectiva, de esas que en plena era de la globalización obligatoria nos recuerdan que lo mejor del mundo está en la cantidad de mundos que el mundo contiene”. El valor de esta manifestación deportiva, más cercana hoy en día al gran espectáculo generador de negocios que a la competición de tipo amateur, reside teóricamente en los vértices de un polígono en el que se incluye el talento de jugadores y técnicos, la capacidad organizativa, el manejo de los elementos comunicativos y el enorme corazón de los aficionados y seguidores que configura un ambiente excelso para disfrutar de la gran fiesta futbolística. El polígono se tuerce por alguna de sus aristas: “el fútbol sudamericano, el que más comete todavía estos pecados de lesa eficiencia, parece condenado por las reglas universales del cálculo económico. Ley del mercado, ley del más fuerte”. El negocio de compradores y vendedores de talento hace que, para muchos clubes de fútbol en el continente sudamericano, las cuentas cierren con el saldo positivo de los traspasos de sus jóvenes figuras (muchas de ellas todavía en período de formación) a cualquier confín del mundo, a clubes de primer nivel pero también a otros clubes que, a su vez, hacen negocio revendiendo este talento una vez ha sido expuesto a los medios. Este mecanismo de supervivencia convierte al fútbol sudamericano en una verdadera “industria de exportación”, es decir que “vende piernas y produce para otros. En el fútbol, como en todo lo demás, nuestros países han perdido el derecho a desarrollarse hacia adentro”. Pero a pesar de todo, el entusiasmo por el fútbol no decae, sigue siendo un fenómeno que arrastra interés y desata emociones y pasiones que, bien encauzadas, deberían servir como fórmula magistral de relación con los demás. El éxodo del talento empobrece los campeonatos nacionales en la mayor parte de países sudamericanos y, sin embargo, “la fe nos dura todavía. El fútbol sigue siendo una religión nacional, y cada domingo esperamos que nos ofrezca algún milagro”.
Con todo, espero y deseo que la final de la Copa Libertadores sea un éxito deportivo sin precedentes y sirva a los dirigentes del fútbol, nacional e internacional para tomar serias medidas para evitar sucesos desagradables entre aficiones, entre éstas y los jugadores y técnicos y de éstos hacia aquéllos, por el bien del fútbol a todos los niveles.
[1] El entrecomillado en letra cursiva es de Eduardo Galeano. Los textos están entresacados de algunas de sus obras más importantes relacionadas con la gran pasión que el escritor uruguayo sentía por el fútbol: El fútbol a sol y sombra, cuya primera edición es de 1995 y Cerrado por fútbol, 2017, libros publicados por la editorial Siglo Veintiuno, así como del discurso de Galeano en la apertura del Congreso de Deportes Play the Game , celebrado en Copenhague en 1997 y recogido también en el libro antes citado de 2017.
Carles Murillo Fort