Todavía no puedo acabar de creerme que algo así tan importante como la celebración de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos haya pasado en mi ciudad y justamente en mi generación. Este es el principal pensamiento que tengo ahora que los Juegos Olímpicos que acaban de terminar.

Mi primera reacción, al recibir la invitación a escribir un post para el blog del máster, fue empezar recordando todo aquellos que los Juegos han significado (y todavía significan) para mí. Gracias a los Juegos tengo la oportunidad de expresar percepciones personales desde una perspectiva profesional, que va más allá de la de un simple aficionado al deporte. Tengo una formación jurídica, soy licenciado en derecho, pero siempre tuve deseos de trabajar con el ámbito del deporte. Noté que me faltaba algo en mi formación; me faltaba, el argumento decisivo, el factor que pudiera asegurarme que hacer un cambio de orientación era la decisión correcta y que, ésta, no estaba solamente inspirada por la emoción. Estos argumentos se han visto reforzados y consolidados gracias a la realización de los Juegos Olímpicos en mi ciudad.

He utilizado mi ejemplo personal, exactamente para que podamos reflexionar acerca de que cuantos otros millares de “Diogos”, por diferentes razones, no han efectivamente cambiado su vida por la realización de lo mayor evento deportivo del mundo aquí en Rio de Janeiro. Estoy convencido que habrá muchos otros casos como el mío inflatable water park.

Desde el punto de vista de la atracción que supone la realización de los Juegos Olímpicos para una ciudad, es innegable que uno de sus principales efectos es la llegada de una gran número de visitantes. Otros, en cambio, han dedicado parte de su tiempo de vacaciones a seguir las retransmisiones de las competiciones deportivas a través de los medios de comunicación y, especialmente por televisión e internet. Tanto unos como otros se habrán percatado el éxito de los Juegos de Río 2016. Esto era exactamente lo que creo que Brasil necesitaba, especialmente teniendo en cuenta el período de recesión económica e inestabilidad, por el que está atravesando el país.

Habrá quienes digan que “todavía es peor el sentimiento de miedo que la crisis genera, que la propia crisis”. No soy un economista y quizá mi pensamiento puede parecer muy simplista, pero el pesimismo que la crisis genera en toda la sociedad me parece tener una gran relevancia para empeorar todavía más el panorama (la gente, aunque todavía no afectada directamente por la crisis, empieza a gastar menos, los inversores adoptan posiciones más conservadoras, las empresas despiden a sus empleados, no hay compraventa de propiedades, etc.). Ante todo este panorama y  si tuviera que elegir cuál es el mejor regalo que el movimiento olímpico ha dejado a la ciudad de Rio, seguramente me decantaría por el optimismo y el rescate del sentimiento de orgullo del propio país que ha inundado la mente y el corazón de la mayor parte de los brasileños. Esta sensación es si cabe más importante si tenemos en cuenta la desconfianza generalizada (incluyendo a los propios brasileños) que despertó la decisión de otorgar a Río la realización de las Olimpíadas del 2016 en territorio carioca.

Seguramente, todos aquellos lectores de Barcelona o que tengan alguna relación con esta ciudad, entenderán perfectamente mis argumentos y mis sensaciones. Ojalá, los próximos 24 años hagan tanto bien a Rio como lo hicieron los últimos 24 a la ciudad de Barcelona.

Diogo Almeida

Alumni Máster en Dirección y Gestión del Deporte
Barcelona School of Management
Universitat Pompeu Fabra