Joel Louis y Max Schering compitieron por el cetro de los pesos pesados de boxeo en la década de los 30’s,. Muhammad Allí, Joel Fraire y, luego, George Forman lo hicieron en los unos cuantos años más tarde. El imprescindible filme documental “Cuando éramos reyes” (“When we were kings”) es un excelente referente del significado deportivo, social y político que acompaña a cualquier tipo de competición deportiva en el máximo nivel. La confrontación entre Louis y Schmeling sirve de marco de reflexión a Walter Neale para publicar, en Quarterly Journal of Economics en 1964, uno de los artículos de mayor trascendencia en la incipiente disciplina de la economía del deporte. Neale destaca que “la empresa deportiva” (el deportista, en este caso, como podría ser un club en otras situaciones) obtendrá mayores beneficios económicos (y de reputación) en la medida que su rival sea de mayor entidad. Es precisamente todo lo contrario a lo que sucede en el mundo de los negocios y la competencia entre empresas y entre marcas.
Los estadios, arenas y pabellones se llenan cuando los mejores compiten entre sí por un record, un resultado o un campeonato. Si esto es así, ¿acaso la piscina o el estadio olímpico de Río hubieran tenido menor afluencia de público sin la presencia de Usain Bolt o Michel Phelps, claros dominadores de sus respectivas pruebas? Bolt y Phleps tenían en los deportistas con marcas parecidas sus máximos rivales, de la misma forma que también competían también con sus propios records personales (número de medallas en unos mismos juegos o acumuladas en sus diferentes participaciones a lo largo del tiempo). El tipo de competición, tanto en atletismo como en natación resulta ligeramente diferente a la contienda directa y única entre rivales, como sucede por ejemplo en el caso del fútbol, rugby, baloncesto o tenis.
El deporte de competición genera mayor interés en la medida en la que unos pocos deportistas son los que realmente tienen probabilidad elevada de hacerse con el triunfo. En el ámbito empresarial, por el contrario, la empresa exitosa es la que se hace con la mayor cuota de mercado expulsando en la medida de lo posible a sus potenciales competidores. Que los mejores deportistas, en cualquier disciplina deportiva, identifiquen bien a sus mejores rivales no es óbice para que establezcan estrategias de preparación física y técnica para superarlos. También, y de manera cada vez más frecuente, se añaden elementos psicológicos e incluso tretas para superarlos.
La concentración de un deportista en el momento de la competición es uno de los factores clave de su éxito. Tratar de desarticular exógenamente este instante mágico de la máxima predisposición al éxito es, por otra parte, una forma de limitar sus posibilidades. Los momentos de más alta concentración y de explosión del instante de mejor preparación de toda una temporada se ayudan con un ambiente favorable que facilite y predisponga al triunfo. El silencio en una cancha de tenis o en un campo de golf (jueces y árbitros ejercen su autoridad para contribuir a este clímax tan especial) facilitan al deportista las mejores condiciones para rendir al máximo. En ocasiones, los atletas, invitan al público para que con el ritmo de sus palmadas se sientan empujados para alcanzar el mejor salto o carrera. Sin embargo, en una cancha de baloncesto o balonmano, de la misma forma que en un campo de fútbol, el griterío suele ser ensordecedor. Este hecho ocurre reiteradamente cuando se produce una jugada especial como es el caso, por ejemplo, del lanzamiento de una pena máxima en el futbol, o los tiros libres a la canasta rival en el final de un ajustado partido de baloncesto inflatable tent.
Pero no solamente es el público el que contribuye con sus silencios o gritos de ánimo (reprobación) a facilitar (entorpecer) la concentración del deportista, también son los propios competidores quienes, a veces, con sus actitudes, tretas y engaños, tratan de poner a flor de piel los nervios de sus rivales más destacados. La exteriorización del esfuerzo de los tenistas es algo cada vez más habitual en las selectas pistas de tenis, de la misma forma que últimamente lo son los gritos para desmotivar al contrario con la consecución de un logro parcial (vóley playa, bádminton, baloncesto, fútbol…), así como las más extravagantes formas de celebración de un logro deportivo (fútbol, tenis…). De lo espontáneo se pasa a lo premeditado, de la reacción innata a la estudiada como forma de atacar (humillar, en ocasiones) al rival. Los medios de comunicación suelen detenerse más en estos detalles que en la propia ejecución del juego. ¿Estaremos entre todos poniendo en entredicho algunos de los valores fundamentales del deporte?.
Carles Murillo
Director del Máster en Dirección y Gestión del Deporte
Barcelona School of Management
Universitat Pompeu Fabra
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