Antoni Llena visualizó el cambio deportivo de la ciudad de Barcelona y lo tradujo en una escultura inaugurada en 1992, coincidiendo con la celebración de los Juegos Olímpicos, bajo el lema “David y Goliat”. Uno de los legados más importantes de los juegos de Barcelona fue la reconversión de su fachada marítima, otrora separada de la ciudad por la vía férrea y por barrios degradados como el del Somorrostro i el Camp de la Bota. El diseño urbanístico de la ciudad hizo posible la creación de la Vila Olímpica ahí donde se asentaban poco tiempo antes barrios que sirvieron de asentamiento para una buena parte de la población más desfavorecida de la ciudad. La obra de Llena es una escultura de acero con una plataforma superior que representa una cara (o, acaso, una vela) que se sostiene mediante tres finas patas ciertamente retorcidas. Muchos vieron en esta escultura las dificultades propias de la reconversión urbanística y el cambio de paradigma de la ciudad.
La escultura sobrevivió a más de un vendaval y “llevantada” (tormenta de agua y viento que suele azotar la costa de las comarcas ribereñas del Mediterráneo catalán de forma periódica y, a menudo, violenta). Sin embargo, la tormenta del pasado día 22 de enero pudo con “David y Goliat”. La obra se quebró por la parte central de sus patas. El vendaval pudo con las rodillas de la escultura, no con sus anclajes. A la escultura, como suele suceder con cualquier ser vivo con el paso del tiempo, le fallaron sus articulaciones pero, en definitiva sigue viva, como reconocía el propio Llena después del incidente.
Barcelona consolidó su destacada posición como referente mundial en materia deportiva aprovechando el legado que dejaron los Juegos Olímpicos (JJOO) de 1992. Desde el momento en que se celebró la ceremonia de clausura de los juegos se empezaron a tejer los mimbres para que los logros de la gran manifestación deportiva consiguieran mantener a Barcelona en el mapa deportivo. La creación del Institut Barcelona Esports (IBE), el plan estratégico del deporte y la atracción de manifestaciones deportivas de carácter internacional, además de albergar las sedes de determinadas federaciones y ligas profesionales, hicieron posible que el deporte siguiera vivo en el pensamiento y en el quehacer de buena parte de los barceloneses. Por extensión natural, este fenómeno alcanza a todo el territorio catalán y a sus entidades y empresas deportivas. Se crea, unos año más tarde, el clúster de la industria del deporte en Catalunya (Indescat) y van tomando fuerza distintos centros de formación e investigación en temas deportivos. Barcelona se convierte a su vez en un referente para el crecimiento del sector deportivo en todo el territorio nacional español. El deporte se convierte en una forma de entender la vida.
La agenda política tuvo muy presente el significado de esta apuesta: el mapa de las instalaciones y equipamientos deportivos con los que cuenta hoy en día Catalunya facilita el acceso a la práctica deportiva de sus ciudadanos. El deporte entendido como expresión de una dedicación vital está presente en la agenda de unos y otros, de los amantes de la actividad física y la práctica deportiva como mecanismo para el cuidado y mejora de su salud, como reto personal o, sencillamente, como facilitador de una manera especial de entretenerse o para hacer amigos. El deporte, como espectáculo, atrae la atención de los apasionados seguidores de determinados deportistas, equipos que participan en competiciones de todo tipo y en diferentes modalidades y expresiones deportivas. Muchas empresas ven cómo el deporte les facilita una ventana en la que asomar sus marcas y mensajes publicitarios y los medios de comunicación dedican, de forma creciente, espacios a contar lo que sucede en los estadios y canchas deportivas y relatan las hazañas y vivencias de los ídolos de los aficionados.
David venció a Goliat. Una ciudad relativamente pequeña como Barcelona hizo posible lo increíble. David supo rodearse de los cimientos sólidos que le permitieron asentar sus golpes de efecto para alcanzar logros que, tan solo unos años antes de la proclamación de la ciudad de Barcelona como sede de los juegos de 1992, tan solo unos pocos pensaban que su sueño se convertiría en realidad.
El temporal Gloria pudo con la escultura de Antoni Llena. Ni el nombre del temporal ni el resultado del derribo de la escultura deben entenderse como premonitorios del cierre de una época gloriosa del deporte en la ciudad. Pero para que esto sea así deben darse determinadas circunstancias. Resulta imprescindible para que “David y Goliat” vuelvan a erigirse como símbolo de los valores del deporte que se entienda que éste es algo más que una medalla colgada del cuello del deportista o del volumen de negocio alcanzado por determinados agentes deportivos. Conviene seguir manteniendo viva la llama olímpica para lo que debe contarse con la firme voluntad política y una decidida apuesta por la aportación de valor. Esto pasa por el fomento a la creación de empresas deportivas, la generación de talento, convirtiendo Barcelona en un verdadero hub de la innovación y la transformación digital de las entidades y empresas deportivas, atrayendo la celebración de competiciones deportivas de primer nivel (de la que participante y, asistentes son los primeros beneficiados pero que, no podemos olvidarlo, genera impactos indirectos e inducidos que se traducen en más empleos, mayor valor añadido pero también mayores ingresos para las administraciones públicas en términos de impuestos recabados) y, finalmente, aumentando los recursos destinados al sistema deportivo en su conjunto.
Carles Murillo
Director del Máster en Dirección y Gestión del Deporte
Que envidia es lo queda le falta a Madrid unos Juegos Olímpicos