Reflexiones olímpicas (I): Estadio Olímpico y pebetero
Hace apenas unas semanas hemos asistido a la cita deportiva de mayor envergadura: los juegos olímpicos de verano que, en esta ocasión, han tenido como lugar de celebración la ciudad de Río de Janeiro. Río 2016 ya es historia, a pesar de que comienzan en breve los juegos paralímpicos en esta misma sede. Desde esta ventana del webblog del Máster en Dirección y Gestión del Deporte de la Barcelona School of Management queremos aportar algunas reflexiones al respecto. Los posts que aparecerán secuencialmente en los próximos días son el fruto de la opinión diversa de quien estuvo en Río (Diogo Almeida y Oriol Martí, ambos alumni del Máster) y de otros que lo vivieron desde la distancia (Isidrre Rigau y Carles Murillo, profesores del Máster). A todos ellos, nuestro agradecimiento por su tiempo y opiniones, y a los lectores, la invitación para compartir estos pensamientos y percepciones esperando que en cualquier saso este trabajo sirva para mejorar la gestión de las competiciones deportivas en el futuro.
ESTADIO OLÍMPICO Y PEBETERO
Noche del 25 de julio de 1992. Estadio Olímpico de Montjuïc (actualmente denominado Estadi Lluis Companys). Los organizadores de los juegos de Barcelona tenían preparadas algunas sorpresas para la ceremonia inaugural: el espectáculo de presentación de los juegos, la última posta con la llegada de la llama olímpica al estadio y la forma de prender el pebetero. Creo que a todos los que presenciamos aquellos inolvidables momentos se nos heló, por unos instantes, el corazón cuando Antonio Rebollo (atleta paralímpico) lanzó la flecha que trasladó la llama olímpica al pebetero del estadio. Se calculó que 2.000 millones de personas vieron la ceremonia a través de la televisión. Las imágenes que quedan prendidas en nuestras retinas en relación con éste, y las otras ceremonias inaugurales, asocian diversos ingredientes indispensables: un estadio ataviado con sus mejores galas, una ceremonia que trata de lanzar al mundo elementos significativos de la historia, cultura y tradiciones de la ciudad que alberga los juegos, un estadio rodeado del anillo en el que días después de disputan las competiciones de atletismo repleto de deportistas olímpicos, técnicos, preparadores y representantes de los organismos federativos. Río no fue una excepción. Seguramente también la gran mayoría de los espectadores (por lo que se desprende de los comentarios aparecidos en la prensa nacional e internacional) disfrutamos de dicha ceremonia en cualquiera de sus facetas. Personalmente, me quedo con la belleza plástica de las intervenciones artísticas y la recuperación de algunos pasajes de vida de Brasil que he tenido la inmensa fortuna de conocer en algunos de mis viajes por el país. Amigos y conocidos me venían a la memoria con una rapidez propia de algún record olímpico de los que no se registran en los estadios y pabellones.kids bounce house
Tan solo me faltó uno de los elementos habituales: el estadio no dispone del aro para la disputa de las competiciones atléticas. Luego, como bien reflejaba Santiago Segurola, en el estadio donde se disputaron las pruebas de atletismo no se veía el pebetero, es decir no había llama olímpica, que apostillaba manifestando que “en Río hay grandes récords y fenomenales atletas pero no hay fuego olímpico. Más que unos juegos parece un mundial de atletismo. Por esas tonterías comienzas los conflictos y los problemas de identidad”. El mismo Segurola señala, en un nuevo artículo, que “…el atletismo ha perdido el papel preponderante, sin el estadio en el anillo olímpico, sin pebetero, sin llama y sin ceremonia de inauguración. Si no es una afrenta, lo parece”.
El olimpismo ha logrado que la simbología tenga una papel preponderante en todo su quehacer. Bajo esta denominación se agrupan todas las competiciones multideportivas con diferente alcance geográfico y regional y, desde los juegos de Seúl en 1988, para diversos colectivos, tratando de hacer suyo la voluntad inclusiva del deporte. Los aros olímpicos tienen un significado indiscutible, tanto desde una perspectiva emocional, como deportiva e incluso económica (es una de las marcas más reconocidas, por no decir que es la marca protagonista en el mundo del deporte). La llama olímpica, el pebetero, el pódium, los himnos y el anillo olímpico deberían constituir también signos irrenunciables.
Carles Murillo
Director del Máster en Dirección y Gestión del Deporte
Barcelona School of Management
Universitat Pompeu Fabra